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Regresemos al principio. Al Génesis, donde comenzó todo (o al menos este capítulo). Ahí se anuncia una posición racionalista: la realidad existe, pero es amorfa hasta que alguien la nombra.

Ese enunciado implica un matiz interesante, y es que el ser humano es capaz de nombrar aunque no sepa nada de gramática. Nos sucede igual en realidad con el teléfono móvil, que lo usamos sin tener ni idea de su funcionamiento (no me refiero a hacerlo funcionar -saber utilizar sus aplicaciones- sino a comprender cómo es que funciona).

Un inciso; me doy cuenta ahora la de veces que utilizo la coletilla en realidad o introduzco los párrafos con lo cierto es que, la verdad es… Resulta pretencioso. E inútil. Admitamos que en realidad no tenemos la manera de saber qué cosas pueden ser ciertas o verdaderas.

Eso desanima. Por momentos pareciera:

…que no hay más alternativa que buscarse un bus adecuado -y nada mejor en esos casos que elegir un día de lluvia y una ruta que llegue a los grandes embotellamientos del centro-, comprar una bolsa enorme de palomitas de maíz e irse a pasar la tarde en el autobús.

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