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En cualquier caso -y al margen esta vez de cualquier consideración de tipo político- el origen de las palabras es siempre fascinante.

Lo es darse cuenta de que salario proviene de sal; que recordar es pasar dos veces por el corazón; Filipinas, una derivación de Felipe (por el rey, como el de ahora); que hígado viene de higo; proletario de prole; diplomático de diploma; carretera de carreta; parlamento de parlar; nación de nacer; saludo de salud; manipular de mano; bárbaro de lo que no se entiende (bar… bar… bar…) o que Atenas termina en plural porque en su origen fueron varias ciudades.

A los españoles siempre nos sorprenden los neologismos que construyen los latinos inventándose verbos a partir de sustantivos, tipo llavear, hambrear o sencillar (conseguir cambio); pero sin embargo hemos asumido como propio agendar.

Un buen colofón a todo esto es lo que cuentan que dijo una vez Miguel de Unamuno cuando le preguntaron si creía en la existencia de dios. Don Miguel, genial, respondió: dígame antes por favor qué es creer, qué es existencia y qué es dios (…hay una versión más reciente y mucho más chabacana de esta anécdota, y fue cuando un periodista cuestionó si Bill Clinton había dicho o no la verdad respecto a Mónica Lewinsky, y éste salió al paso argumentando: depende del sentido que se le dé a las palabras).36

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