Читать книгу Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario) онлайн

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Un espacio público segregado involucra espacios de formación, interacción, socialización y participación crecientemente segmentados y aislados entre sí. Se trata más bien de una escena donde imperan las distancias, las desconfianzas mutuas, y donde los ciudadanos prefieren refugiarse en la zona de confort de los iguales antes que ingresar a un espacio de intercambios abiertos. La palabra del otro no solo ha perdido interés, sino que no tiene el estatus ontológico de lo que estamos dispuestos a escuchar. Aportamos un ejemplo: nuestra clase política dirigente se formó casi íntegramente en las mismas universidades públicas que han sido siempre espacios de diversidad, de polémicas entre distintos y de fuerte presencia de la política. Ese origen común va siendo sustituido por trayectorias educativas cada vez más segmentadas que desembocan con “menos contingencia sociológica” en diferentes “destinos políticos”.

La segregación constituye la otra cara del mismo fenómeno. Se trata de habitar barrios cerrados de la subjetividad política, moverse en el mundo de los idénticos, aceptar la endogamia ideológica como regla central de la cultura política y favorecer –al tiempo que se celebra– la “diabolización” del otro (político). No solo se trata de una especie de narcisismo simbólico, donde solo el espejo que devuelve mi propia imagen es el único que me tranquiliza, sino que estoy dispuesto a vivir en un estado de aislamiento cognitivo que no interrumpa mis propias convicciones. El otro político se nos aparece únicamente como una representación cada vez más deformada y demonizada, como lo indeseado y como la fuente de todos los males que ocurren en la comunidad política. Las marcas más fuertes de esta disidencia radical las encontramos en las redes sociales (el lugar por excelencia del narcisismo posmoderno), donde el lenguaje político se reduce a un ejercicio minimalista del lenguaje, una competencia por la adjetivación extrema, la descalificación del otro y el uso de imágenes (emoticones, memes, etc.) que resumen el desprecio por lo diferente. En consecuencia, la endogomia ideológica incuba intolerancia política, disuelve el campo de lo común y agudiza actitudes poco compatibles con una cultura política propia del régimen democrático.

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