Читать книгу Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario) онлайн

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Los siguientes dos datos alumbran con elocuencia el fenómeno que estamos caracterizando. Veamos un estudio que realizamos desde FLACSO Argentina: la mitad de los votantes de Juntos por el Cambio (JxC) declara no tener votantes del FdT en su círculo social o familiar más estrecho. Por su parte, un tercio de los votantes del FdT tampoco tiene en su círculo más íntimo votantes de JxC. Para dimensionar los datos, tenemos que tener presente que ambas fuerzas políticas tienen un share social muy extendido, es decir, no hablamos de identidades políticas “exóticas” o minoritarias. Sería algo equivalente a que un hincha de River no conociera directamente a un hincha de Boca o viceversa, o para decirlo más barrialmente, que un hincha de Racing que vive en Avellaneda nunca se hubiera cruzado en una plaza o en la feria con un hincha que tiene la camiseta de Independiente puesta y que hace alarde de las conquistas del “Rojo”: estadísticamente imposible.

El segundo dato –íntima y explicativamente asociado al primero– refiere a lo que aquí llamamos la “representación del otro (político)” y revela cuán extendidas están en ambas constelaciones electorales, las denominaciones del votante rival cargadas de estigmas. Esto es, el rechazo político registrado en este indicador no apunta a los dirigentes o representantes de una ideología, sino más bien a lo que los ciudadanos consideran “encarnaciones” de esa ideología (percibida como equivocada y amenazante de manera recíproca). La mitad de los votantes del FdT está de acuerdo en que los votantes de JxC “son una amenaza para la democracia”. Entre los votantes de Cambiemos esa mirada demonizada se manifiesta en proporciones aún más generalizadas: 7 de cada 10 votantes de la fórmula Macri/Pichetto considera a los votantes del FdT como una “amenaza para la democracia”.

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