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Aun así, a estas alturas, no voy a echarme atrás.

—He venido con una amiga —continúo la conversación—. Me apetecía salir a divertirme.

—Has encontrado al chico adecuado.

Se acerca con una sonrisa. Señala la pista de baile y levanto mi copa.

—Deja que me la termine.

Me la arrebata y se la bebe de un trago. Pestañeo, incrédula. Dios santo.

—Debería denunciarte por eso —le digo, y él amplía su sonrisa y da una palmada.

—A bailar, nena.

No me gusta ese apodo ni ese tono autoritario. De todas formas, dejo que me guíe entre la multitud. No me sorprende que me señale con disimulo y guiñe el ojo a sus amigos cuando pasamos junto a ellos. Bajamos las escaleras que conducen a la pista de baile, donde hay tanta gente que apenas podemos movernos.

Sean me pone las manos en la cintura. Huele a una mezcla de colonia y alcohol. Comenzamos a bailar y me doy cuenta de que no se le da nada mal, lo que le hace ganar puntos. Podrá ser un imbécil de manual, pero es atractivo y tampoco es que vaya a verlo después de esta noche. Así que le sonrío cuando pega su cuerpo al mío y simplemente me dejo llevar.

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