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No puedo respirar.

Subo las escaleras tropezándome con los tacones. Cuando reconozco la melodía, noto una dolorosa presión en el pecho. Su voz entona los primeros versos de la canción que escribió para mí cuando estábamos en el instituto. Es una versión nueva, con más ritmo. Me abro paso entre la multitud hasta que alcanzo la valla que nos separa del escenario y me apoyo contra ella, jadeando.

Aunque he subido solo para esto, no estoy preparada cuando alzo la cabeza y los veo.

Después de tanto tiempo, están aquí.

Alex está aquí.

Su presencia me deja sin oxígeno. No ha cambiado nada y, a la vez, parece una persona completamente diferente. Se mueve con soltura sobre el escenario con una guitarra en las manos. Su voz atraviesa mi pecho, se cuela entre mis pulmones y pone en funcionamiento unos engranajes que llevaban congelados tanto tiempo que ya se estaban oxidando. Me he pasado quince meses intentando sacármelo de la cabeza y, de repente, aquí está. Desequilibrando todo.

No es justo.

He buscado esto en otras personas. En Mánchester estuve con varios chicos. No pretendía que me quisieran. Solo sentirme llena. Eran una distracción. Siempre tuve cuidado, me aseguraba de acordar con ellos previamente ciertos términos. No quería nada serio y dejaba claras mis intenciones para ahorrarme problemas. Nada de sentimientos ni compromisos.

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