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—¿Owen? —pregunta, como si no se lo creyera.

No me detengo a pensar en lo mucho que extrañaba oír mi nombre en su boca. Me giro y desaparezco en la parte trasera del edificio. Me escondo en un recoveco a oscuras, apoyo la frente contra la pared y me concentro en respirar profundamente. Cuento en voz baja. Hasta veinte, treinta y cuarenta, y sigo hasta que el corazón se me ralentiza y el mundo deja de dar vueltas.

No esperaba que Alex me siguiese. Por eso siento tanto alivio cuando transcurren unos minutos y compruebo que, en efecto, no lo ha hecho.

2. Enmendar los errores

Holland

Chloe me despierta a la mañana siguiente con su máquina de coser. Gruño y me cubro con las sábanas; siento los músculos tan pesados que me cuesta horrores moverme. Además, me palpitan las sienes por culpa del ruido.

—Apaga ese chisme de una vez —gimoteo.

—Ayer me vomitaste en los zapatos. Púdrete.

De pronto, la habitación empieza a dar vueltas y me entran náuseas. Las sábanas se me enredan en las piernas cuando me levanto a toda prisa para correr hasta el baño. Me dejo caer de rodillas frente al retrete y vomito hasta que me quedo con el estómago vacío.

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