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—Sus deseos son órdenes.

—Así me gusta.

Decido dejarme el pelo suelto. Me lo corté hace unos meses y ahora me cae en ondas rojizas hasta los hombros. Chloe, que también es una fanática del maquillaje, insiste en experimentar conmigo. No me aplica base para no cubrirme las pecas, pero me ahúma los ojos y me pinta los labios de color granate porque, según dice, me ayudará a sentirme poderosa. Me enfundo unos vaqueros y un top ajustado negro y sin mangas y, después de ponerme los tacones, me miro al espejo.

La Holland que me devuelve la mirada no se parece a la chica que era en el instituto. Ahora parece más fuerte. Más segura de sí misma. Verme de ese modo me recuerda la época que pasé en Mánchester y lo que ocurrió allí, pero enseguida borro esos pensamientos de mi mente. Estoy segura de que, si los ignoro lo suficiente, desaparecerán.

He intentado hacer lo mismo con él desde hace más de un año y no ha funcionado.

Llamamos a un taxi que nos deja en la puerta del pub que Chloe ha escogido. Está guapísima. Lleva ese vestido de marca propia que se ajusta a sus curvas y el pelo echado sobre un hombro. Va mucho más maquillada que yo, pero le sienta bien. De todas formas, es Chloe. Con esa actitud podría darle estilo a cualquier cosa.

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