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—Buenos días, señora Casado, soy el inspector Ugarte. —El volumen estaba lo suficientemente alto como para que mi padre y yo pudiésemos escuchar la grave voz del inspector y sus palabras—. Le llamo para comunicarle que hemos avanzado en la investigación. Esta mañana, en torno a las ocho y media, ha saltado una alarma en la cuenta bancaria de su hija, indicando el uso de su tarjeta de crédito. Se ha detectado un cobro de una cantidad de doce euros, aproximadamente, en el pago de un taxi y el banco se ha puesto en contacto con nosotros para indicarnos dicho cargo. Estamos identificando el número de matrícula, y en cuanto sepamos la identidad del taxista, procederemos a interrogarle.

—Inspector —le interrumpió mi madre, tartamudeando.

—Dígame, señora Casado, ¿qué ocurre?

—Es Alejandra —consiguió finalmente articular—. Está aquí. Ha vuelto a casa.

CAPÍTULO 4

Sábado, 19 de enero del 2019

OCHO HORAS DESPUÉS DE LA DESAPARICIÓN

14:00 h

MACARENA

Impaciente, volví a mirar el reloj. Tan solo hacía unos minutos que me encontraba en la comisaría, pero, para mí, habían sido eternos. Andrés estaba sentado a mi lado, moviendo inquietamente la pierna y con la mirada fija en el suelo. Nerviosos, esperábamos en uno de los despachos la llegada del policía que nos iba a tomar declaración por la desaparición de nuestra hija. Desaparición, ausencia o como quiera que se llamase. Hacía ya más de siete horas que Alejandra no daba señales de vida. Su móvil seguía apagado, y ninguno de sus amigos tenía noticias de ella. Recordé una a una las palabras que Carlota y Sofía me habían dicho por teléfono: «Ale se fue sola hacia las cinco»; «Dijo que iba a coger un Uber»; «No sabemos dónde está»; y volví a sentir cómo el mundo se me venía encima. Desde hacía horas, no había comido nada. Era incapaz de pensar en desayunar o almorzar mientras no supiese el paradero de mi hija.

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