Читать книгу Por encima del mundo онлайн

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—Por lo menos el arroz no está tan pegado —dijo, bajando la mirada otra vez a su plato—. En realidad no me molesta esta clase de mala comida. Aquí hay tan poca diferencia entre la mala y la buena, que importa poco.

Dejó de hablar y miró un momento por la ventana, la brillante luz del sol. El tren estaba allí, frente a ella, extendido a derecha e izquierda de la estación. Todo el mundo sacaba la cabeza por las ventanas de los vagones para comprar refrescos y comida. Más allá, a lo lejos, se veía el paisaje de áridas montañas, y, en las cercanías, llanuras asoladas. La sirena de una fábrica sonó tristemente. Ella siguió comiendo; el doctor Slade no dijo nada.

De vuelta en su compartimento, sin embargo, se sintieron mejor. Era un consuelo estar en el tren en vez de mirarlo desde fuera, temerosos de que partiera sin ellos. Se relajaron y durmieron un poco.

Cuando la señora Slade se despertó, ya no le dolía la cabeza; se quedó recostada en su asiento. Poco después de la caída del sol, cuando estaban a una hora escasa de la capital, entró el revisor, y ella se incorporó. El hombre salió de nuevo al corredor y cerró la puerta. Los dos seguían sin hablar, y sus cabezas oscilaban con los movimientos del tren mientras miraban el paisaje rojizo y el inminente anochecer a lo lejos. Poco después de que los ritmos del tren se apoderaran de la conciencia de la señora Slade, aunque sus ojos estaban aún abiertos, él dijo inesperadamente:


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