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III



Mientras la vida y la muerte me usaban como banderín jugando a tirar de la soga, seguía tendido y rendido en una de las camas de terapia intensiva, y en simultáneo presenciaba la sala de descanso para médicos de guardia. A través de la radio de un viejo minicomponente se escuchaban canciones melosas en español. ¿Esto le gustaba a la doc? Pensaba que descubriría enfermeras y médicos en off side, pero encontré a una enfermera pintándose las uñas, al doctor Sansone leyendo el Bhagavad-gītā y a la dama de amarillo acompañada de un musculoso grandote, muy fachero y con un dragón tatuado en su brazo izquierdo, que le servía café. Este tipo me recordaba a alguien. El banderín tenía ganas de que la vida diera un tirón lo suficientemente fuerte y lo trajera de su lado, solo para escupirle el asado al forzudo este que conversaba muy de cerca con Jazmín y parecía ser enfermero o colega.

—Ya pasó bastante. Un año es suficiente para un duelo, ¡qué tanto! A mí me parece que, en el fondo, lo estás esperando —le dijo el musculoso.


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