Читать книгу Amarillo онлайн
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El doctor Sansone tenía un hijo que de chico había sido diagnosticado con retraso madurativo. Se llamaba Alan y tenía dieciocho años, pero aparentaba unos trece. Era muy alto, lento en sus movimientos y de pocas palabras. Cariñoso, amoroso e inocente como un nene. Lo conocí cuando unas semanas atrás había venido a buscar a su papá y el personal de la guardia lo recibió como a un rey. Cuando Jazmín lo abrazaba, con tanta ternura, deseaba ser Alan por unos instantes. Algo tenía, algo encerraba esa mujer que hacía que la quisiera todo: abrazar, besar, escuchar, proteger. En vano regresaba a la cama donde estaba acostado e intentaba meterme en mi cuerpo para ver si volvía en mí. Era como si estuviera desconectado o con algún cable en cortocircuito. Quería volver a habitar mi cuerpo, pero no había caso.
Con el correr de las semanas me notaba cada vez más flaco y pálido. Me habían rapado la cabeza y afeitado la barba. Aquella tarde en la que Alan vino de visita a la clínica, Jorge —el enfermero atlético— le había preparado una chocolatada. Mientras el chico merendaba, sentía que me estaba viendo. Fijaba sus gigantes y transparentes ojos marrones en el rincón donde yo estaba y me sonreía. Quizá me lo imaginaba, pero algo me decía que no y que el pendejo la tenía más clara que nadie. Un aura de amor lo envolvía, donde él estaba todo parecía serenarse, todos se volvían más demostrativos y compasivos. Más que con un retraso mental había nacido con una especie de don que elevaba a los que lo rodeaban, incluyéndome a mí. Lo que en teatro yo definiría como una interpretación virtuosa del papel que toca.