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Encontré un par de impermeables húmedos colgados en el perchero del living. Ya era de noche y llovía. Se venía la tormenta nebula, el otoño se hacía sentir soplando entre las hendijas. Vi una velita encendida en el baño, justo un instante antes que el viento se colase por el ventiluz y la apagara.

Llegué a nuestra habitación con su alfombra de piel nórdica, entre otras banalidades. Ahí estaban Pilar y mi hermana Vanina. No pude creer lo que estaba presenciando. No, no estaban tomando té en hebras ni desembolsando la ropa que habían comprado en el shopping ni produciendo ningún portfolio de fotos, aunque podría haber sido, teniendo en cuenta que mi hermana era fotógrafa y mi mujer actriz, modelo publicitaria y exhibicionista de pura cepa.

Dejé a las chicas en lo suyo. Ni siquiera pude ser voyeur porque la tercera en discordia era la misma persona que treinta años atrás me hacía dibujos de Mickey dedicados o collares de fideos pintados con témpera, por ser su hermano favorito.

Me fui a sentirme un pelotudo a mi escritorio, como por acto reflejo. Mi estudio era el lugar en donde me gustaba estar sin que nadie me viese. Aunque esta vez estaba siendo avistado nuevamente por Melba. Podía observarla sentada en el estante de los libros, reflejada en el vidrio de mi camiseta de Boca enmarcada. Me perdí en el amarillo de la tela, entre las firmas de Riquelme y Palermo. Volteé y la gata hizo un gesto como de «¿Viste vos?» perdiendo su apariencia de estatuilla. Reparé en cada uno de mis premios y placas. Me volví uno con los libros de los estantes junto a mi colección completa en VHS de Star Wars y mis compacts de Charly, Spinetta, Soda, Virus, Aerosmith y U2.


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