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Llegué a nuestra casa: un semipiso moderno y confortable, no muy cálido pero luminoso por demás. Minimalista, dato no menor para que sea mi casa, ya que detesto la acumulación de objetos innecesarios. Así como hay espigadores de volquetes y basurales, fanáticos del reciclado & acumulado, en el otro extremo se encuentra la gente como uno, los desechadores compulsivos, que queremos orden, espacio y visión despejada. Antes de la caída me dirigía empecinado a vaciar la cámara oscura de una docena de bobinas de cables que me perturbaban cada vez que las veía y que otros podrían haber convertido en asientos o mesitas. En cuanto entré al departamento encontré a Melba sentada cerca de la puerta en su pose de pantera egipcia, mirando fijamente hacia el lugar por donde yo ingresaba. Maulló suave pero firmemente con su tono grave y nasal, mimetismo que le atribuyo a tener a Pilar por dueña. Melba me percibía, pero a juzgar por sus ojos verdes clavados en el mismo espacio desde donde yo la miraba, era seguro que también me estaba viendo. Recorrí la cocina, intacta y reluciente como siempre, ya que en esta casa, si había un espacio de más, sin duda era ese.


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