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Los ministros no son dignos de su llamado. Todos los predicadores son vulnerables a la acusación de hipocresía. De hecho, mientras más fieles son los predicadores a la Palabra de Dios en su predicación, más expuestos están al cargo de hipocresía. ¿Por qué? Porque mientras más fieles son las personas a la Palabra de Dios, más elevado es el mensaje. Y mientras más elevado el mensaje, más lejos estarán de poder cumplirlo por sí mismos.

Yo me intimido internamente cuando predico en las iglesias acerca de la santidad de Dios. Puedo anticipar la respuesta de la gente. Ellos salen del santuario convencidos de que han estado en la presencia de un hombre santo. Puesto que me oyen hablar de la santidad, suponen que yo soy tan santo como el mensaje que predico. Es entonces que yo quisiera gritar “¡Ay de mí!”

Es peligroso asumir que por el hecho de ser atraído hacia el estudio de la santidad, una persona es santa. Hay una ironía aquí. Estoy seguro que la razón por la cual anhelo aprender de la santidad es precisamente porque no soy santo. Yo soy hombre profano, y es más el que tiempo que paso fuera del templo y de la presencia íntima de Dios que dentro de ellas. Sin embargo, he degustado suficiente de la majestad de Dios para anhelar más. Conozco lo que es ser perdonado y enviado a una misión. Mi alma clama por más. Mi alma necesita más.

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