Читать книгу La Santidad de Dios онлайн

41 страница из 60

En un sentido, nosotros somos afortunados en que Dios no se nos aparezca como lo hizo a Isaías. ¿Quién podría soportarlo? Normalmente Dios nos revela nuestra pecaminosidad poco a poco, y el reconocimiento de nuestra corrupción es gradual. Pero a Isaías Dios le mostró su corrupción súbitamente. No es extraño que hubiese sido devastado. Isaías lo explicó de esta manera: “Mis ojos han visto al rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). El vio la santidad de Dios y por primera vez en su vida entendió quién era Dios; a la vez, por primera vez entendió quién era Isaías.

Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas. Y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. (Isaías 6:6-7)

Isaías se arrastraba gimiendo por su vileza. Todas las fibras nerviosas de su cuerpo temblaban mientras buscaba donde esconderse, orando que de alguna manera la tierra lo cubriera, el techo del templo lo sepultara, o algo, cualquier cosa, lo liberara de la santa mirada de Dios. Pero no había dónde esconderse. El estaba allí, desnudo y solo frente a Dios. A diferencia de Adán, no tenía a Eva para alentarlo, ni hojas de higuera que lo escondieran. Lo suyo era la esencia de la angustia moral, ésa que desgarra el corazón de un hombre y destroza su alma en pedazos. Culpa, culpa, culpa sin tregua brotaba por todos sus poros.

Правообладателям