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La Tierra, de ser un lugar seco lleno de bosques de coníferas, había pasado a convertirse en un vergel lleno de plantas con flores que eran una explosión de colores. Por su parte, el sigiloso cazador que lo recorría era un dinosaurio de un sencillo color verdoso, que a primera vista no se diferenciaba en su estructura de otros que rondaban por ahí. Tenía alrededor de metro y medio de altura y pesaba como 50 kilos. Poseía una fuerte cola que, entre otras funciones, lo ayudaba a estabilizar sus movimientos. Se desplazaba sobre sus poderosas patas posteriores, dotadas de unas respetables garras. Sus pequeños brazos le servían tanto como elemento adicional de balance como para otras funciones bastante más especializadas.

Eran esas manos de tres dedos, con una especie de pulgar oponible, junto con una caja craneana proporcionalmente grande en comparación con las de sus más simples congéneres, las que le daban muy importantes posibilidades evolutivas, y que harían discutir largamente a paleontólogos aún por nacer. Sí, definitivamente tenía posibilidades.

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