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Lograr esto era un gran avance, pero el siguiente nivel, entrar en comunión total con el Eje de Fuego de la Tierra era aún demasiado para él y para el resto de los miembros de su especie.

El dinosaurio empezó a sentir plenamente la existencia que vibraba a su alrededor, el supremo poder del juego de la vida y la muerte. De la eterna lucha por vivir o matar. Percibió claramente la mayoría de los seres que lo rodeaban. Ubicaba a los grandes depredadores, que eran fuertes pero básicamente tontos. También sentía con claridad la presencia de los mansos herbívoros: simple ganado para la alimentación de aquellos. Y, por fin, tal como lo deseaba en ese momento, percibió a su asustada presa.

Sintió el miedo y las ansias de vivir del mamífero, pero al dinocazador eso no le importó en absoluto. El humilde y peludo ser era simplemente su alimento, y lo que pensara no era relevante. Los mamíferos eran advenedizos sin importancia; seguramente no iban a durar en el planeta. El pequeño dinosaurio abrió los ojos, sujetó con más fuerza su rama y se dirigió a encontrar su almuerzo con un trote ligero.

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