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Los seis heraldos extendieron sus brazos hasta casi tocarse unos a otros. Las puntas de sus dedos se hallaban a pocos centímetros de distancia, en perfecta alineación. El primer heraldo dirigió, entonces, el inicio de un nuevo canto que llevaba un ritmo más rápido y urgente que el anterior. Comenzaron a surgir del suelo chispas de energía dorada que se elevaban en el aire y rodeaban a los heraldos. Flotando como copos de luz, explotaban para irse multiplicando exponencialmente. La energía del geotraxis comenzó a acumularse raudamente.

La Tierra respondía a la convocatoria de los heraldos.

El canto aumentó en intensidad mientras, con una dorada explosión de energía, de los dedos de los heraldos surgían tenues hebras de telaraña que se engrosaban rápidamente para unirlos entre ellos en un poderoso círculo ancestral y primigenio.

Entonces, el primer heraldo comenzó a resplandecer mientras una niebla dorada surgida del aire difuminaba su cuerpo.

—Madre Tierra, estamos aquí…

Más espesa y vaporosa neblina, igualmente dorada, comenzó a surgir de todas partes. Salía del suelo, de entre las agujas de los pinos, de debajo de rocas grandes y pequeñas, de entre las ramas de los arbustos y, en mayor cantidad, del área delimitada por el círculo de los animales compañeros.

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