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Todos ceñían su frente con una cinta de cuero trenzado de color azul claro que mostraba en su centro un símbolo, mezcla de letra y dibujo, con un hemisferio planetario como fondo. El rango del denominado primer heraldo solo se ostentaba a través de una barra dorada debajo del hemisferio.

En distintas partes del planeta se encontraban otros grupos de heraldos, aunque ya muy reducidos. A pesar de todos sus esfuerzos, el grupo siberiano no había podido establecer contacto con ellos. Si la Tierra hubiese querido que se apoyaran unos a otros, hubiese facilitado la comunicación. Así que su destino era luchar solos y morir solos.

Y ese grupo de heraldos lo había asumido con valor.

Pero ninguno de ellos podía evitar el dolor que les producía, debido al poderoso proceso que iba iniciando, sentir con mayor profundidad el terrible desperdicio de energía vital que la raza humana estaba haciendo en todo el planeta. Un desperdicio que sería llevado a niveles brutales por las dos terribles guerras que estaban por llegar y que ellos habían visualizado en sueños.

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