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Pero no había nada que los heraldos pudiesen hacer para evitarlo.

Eran las 7:12 de la mañana.

El denominado primer heraldo empezó a entonar con una voz apenas superior a un susurro una antiquísima plegaria en el lenguaje que los heraldos usaban como enlace con diversos niveles. El lenguaje que los hacía uno entre ellos y con el planeta.

El poderoso lenguaje que en un cercano día sería denominado quásar.

Con un rostro que presentaba una mirada limpia y transparente, donde se reflejaban la esperanza y la incertidumbre casi por igual, el heraldo pedía la atención y el apoyo de la Tierra.

En el punto preciso de su plegaria, las otras seis voces se unieron a la suya para entonar el ancestral pedido, ahora como un canto fuerte y decidido. Como contraparte, el bosque pareció guardar entonces un profundo silencio mientras el viento cesaba abruptamente, como si de repente una gigantesca campana de cristal hubiese descendido sobre la zona.

—Madre Tierra, óyenos.

Algunos de los animales salvajes se quedaron como hipnotizados. No movían un solo músculo, mirando fijamente al grupo de humanos. Entretanto, los animales compañeros, obedeciendo a un suave grito de Segreka, se desplazaron lentamente para formar su propio círculo, que envolvía de manera protectora al de sus amigos humanos.

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