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Posiblemente el último.

Los heraldos nunca antes habían logrado hablar de manera completa con la Tierra. Lo aceptaban, ya que sabían que al parecer no era su destino. A pesar de haber enviado mensajes en ocasiones importantes, el planeta nunca les había respondido directa y claramente.

La Profecía así lo marcaba.

Decía que el lenguaje sería el medio usado por los heraldos, pero que el planeta no respondería si no eran las palabras exactas. Y los heraldos no las conocían.

Ellos solo debían conseguir una nueva oportunidad para que la que sería la última estirpe de heraldos, aún por nacer, pudiese intentar salvar a la raza que estaba en un concienzudo proceso de destruir al mundo que le había dado la vida.

Las señales estaban ahí. Desde hacía meses habían ocurrido muchos sucesos fuera de lo normal: luces en el cielo, energía dorada en sitios cargados de poder, extraños comportamientos de grupos animales… Todo estaba ahí.

Los heraldos también sabían de la existencia de los siete quanan yumek, ahora dormidos. Pero tampoco era su destino conocer dónde se hallaban. Mucho menos acceder a su poder.

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