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En ese instante, otros seres humanos, igualmente vestidos con trajes de pieles, fueron surgiendo a lo largo del perímetro del claro, acompañados de sus propios compañeros animales. Tanto los hombres como las mujeres se movían silenciosamente y caminaban con serena seguridad hacia su destino. Entre ellos destacaba, si podía decirse así de alguien que ya pertenecía a un grupo bastante destacado, una mujer un poco menos madura que el resto del grupo. Iba ataviada con un hermoso y decorado traje de pieles blancas, con vistosos abalorios y piedras de colores. Llevaba su larga, negra y vistosa cabellera peinada en una perfecta trenza que le llegaba casi a la cintura. Pero ese no era su rasgo más distintivo.

Poseía unos ojos de un color azul muy poco común.

Llegó con una hermosa y orgullosa águila sobre su hombro. La majestuosa ave iba posada en un parche reforzado de cuero endurecido que la mujer había cosido sobre el hombro derecho de su traje. El paso suave pero firme de la mujer prácticamente no dejaba señas en el suelo y generaba un leve movimiento de balanceo al que el ave se adaptaba con lo que evidentemente era fruto de una larga experiencia conjunta.

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