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Y que el planeta les respondía.

Las leyendas florecen en prácticamente todos los rincones de la Tierra y generalmente no pasan de ser parte del folclor local. Pero en ese preciso lugar, a cerca de setecientos kilómetros del lago Baikal, esas leyendas estaban por demostrar ser totalmente ciertas. Y no solo eso.

El destino de la raza humana estaría en manos de los chamanes que intentarían validarlas.

Eran las 7:05 de la mañana, pero el día ya estaba avanzado. En esas latitudes tan septentrionales, el sol de verano se levanta pronto. Ese pequeño claro del bosque a casi sesenta y cinco kilómetros de Vanavara, el asentamiento humano más cercano, sería el escenario de la que podría ser la primera y última oportunidad de la raza humana para demostrar su valía. Y muy pocos humanos lo sabrían.

Hasta que tal vez fuese demasiado tarde.

La espesura se movió casi simultáneamente en varios puntos alrededor del claro, que tenía una forma muy próxima a la circular. Desde hacía unos cuantos días, animales grandes y pequeños, atraídos por algo que no entendían, se habían ido acercando al claro. Estaban llegando a una cita que, contra todos sus instintos básicos, incluía participar en algo junto a los extraños humanos que habían visto ocasionalmente fundirse con el planeta.

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