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De alguna manera, los animales sabían que ahora esos humanos intentarían algo mucho más difícil: tratarían de invocar y dominar la forma más poderosa de energía de geotraxis que existía.

Desde mucho tiempo atrás, esos hombres y mujeres podían realmente hablar con los que consideraban sus hermanos animales. Por ello, esos salvajes seres tendían a considerar a tales humanos, si no amigos, al menos aliados, ya que ambos grupos entendían cómo se movía el todo.

Los chamanes conocían y podían comunicarse básicamente con la madre Tierra. Y lo hacían con el respeto y amor debidos a la madre de todas las cosas, al contrario de las hordas de sus congéneres que estaban arrasando tierra, mar y cielo en la mayoría del resto del planeta.

Eran heraldos que sentían, al igual que los animales, el dolor del planeta madre. Lamentablemente, no tenían el poder para detener la brutal e insensata destrucción.

Solo podían intentar obtener un tiempo adicional para que la raza humana rectificara el camino.

Y eso planteaba un inmenso reto que requeriría de la unión de todo el poder que hombres y animales pudiesen aportar, además de una verdadera confianza mutua.

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