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Un nuevo capítulo de la vida y la muerte en la Tierra dio inicio. Como correspondía, en la voz del meteorito, Dios dijo: «Hágase la muerte».

Y la muerte se hizo.

La descomunal colisión sacudió al planeta. El meteoro heraldo hizo impacto con la energía de cien millones de megatones en lo que alguna vez sería la península de Yucatán, con fuerza suficiente para abrir un cráter de doscientos kilómetros de diámetro y quince kilómetros de profundidad.

Todos los seres vivos a varios kilómetros a la redonda del impacto fueron instantáneamente vaporizados, y la onda de choque barrió un área muchísimo mayor. Al caer en el agua, el impacto del meteorito generó olas gigantescas que arrasaron las costas y entraron muchos kilómetros en tierra firme, devastando todo a su paso. La destrucción inicial fue nuevamente descomunal.

Pero la muerte solo había empezado su trabajo. Muchísimos más morirían lentamente en el oscuro y larguísimo invierno que sobrevendría. Esto sería conocido e investigado por muchos expertos.

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