Читать книгу Santa María de Montesa. La orden militar del Reino de Valencia (ss. XIV-XIX) онлайн
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Si las comunicaciones de lo que acontecía en el reino capeto no hicieron mella sustancial en el ánimo del rey y la expresa conminación del papa era todavía desconocida, habrá que encontrar una explicación alternativa más coherente con la situación del este peninsular. Hay una primera cuestión que llama poderosamente la atención. Jaime II permaneció en la ciudad de Valencia, o en localidades del Reino, entre finales de noviembre de 1307 y comienzos de octubre del siguiente año, y así lo señala el itinerario construido al hilo de la documentación real.ssss1 Evidentemente era una ciudad periférica dentro de los conjuntos políticos que el rey articulaba dinásticamente. No era habitual la presencia durante largo tiempo de un monarca medieval en un lugar, sobre todo si este era excéntrico. Por tanto, cabe deducir que, ya antes de tomar las decisiones drásticas de comienzos de diciembre, el rey estimaba que el centro de gravedad en el conjunto de sus reinos se situaba en Valencia tras los acontecimientos de octubre de 1307 y que no estaba dispuesto a abandonar la ciudad hasta constatar que la situación en esa zona quedaba encauzada. Por otra parte, el valle del Ebro en su totalidad, y no el norte valenciano, era la zona que agrupaba mayor número de encomiendas templarias y que probablemente aportaba también mayor valor cualitativo dentro de esta provincia de la Orden; sin embargo, fueron tierras meridionales, y no la columna vertebral de los dominios templarios, las que primero concitaron los desvelos monárquicos. Por tanto, razones relevantes retuvieron al monarca en Valencia y concentraron su atención prioritaria en el norte de dicho reino. No debían de ser estas de índole básicamente económica, como parece sugerir Malcolm Barber.ssss1 Si el objetivo de fomentar allí poco antes el crecimiento de los dominios templarios podía obedecer a un intento de diversificación y equilibrio nobiliarios, la quiebra de esos dominios al hilo de los acontecimientos del momento podía alterar gravemente la estabilidad de los territorios más estratégicos de la Corona al confluir en ellos los límites mutuos de Aragón, Cataluña y Valencia. Jaime II debió de intuir que la crisis templaria no era puramente coyuntural, sino que aventuraba con ser definitiva, lo cual añadía el problema del futuro control de aquellas tierras y del conjunto de dominios templarios en el resto de unidades políticas de la Corona. Su actuación obedecía, pues, a una cuestión de elemental geoestrategia política feudal.