Читать книгу Nuestra asignatura pendiente онлайн

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—Al final, el anticuario se convirtió en una bendición, ya que me permitía trabajar sin descuidar a la niña. Mi padre me enseñó el oficio, a estudiar e investigar al respecto, y cuando quise darme cuenta, me encantaba lo que hacía, me apasionaba.

—¿Ya no sentías que estabas entre trastos viejos? —bromeó ella. Se notaba que ambos sonreían.

—No, ya no. Me parecía estar inmerso en un mundo mágico, plagado de ricas historias por desentrañar —respiró hondo—. Encontrar un objeto, restaurarlo, devolverle el esplendor sin que pierda la esencia, su alma. Y, después, saber a quién vendérselo: museos, coleccionistas… es toda una aventura. Supongo que te pasa lo mismo cuando escribes una novela, ¿no? —dedujo.

—Ni más ni menos. Escribir una novela también es una gran aventura: es idear o reflejar un mundo que ya existe, y requiere llevar a cabo una gran investigación si quieres que el resultado sea creíble. Es componer cada personaje delineando sus características no solo físicas, también psicológicas, emocionales, su entorno, tiempo y lugar en el que transcurre la acción; y todo eso debe ser coherente. Es plantear una trama y, a partir de ella, crear una vida a esos seres que, para el escritor, son tan reales que puede llegar a producir escalofríos. Porque, mientras dure el proceso de escritura, convives con ellos, te involucras, los tienes en la cabeza, comparten contigo sus vivencias, sus diálogos, sus triunfos y fracasos. Te hacen enfadar o reír, te enamoran, te hacen sufrir… sientes todas y cada una de sus emociones. Eres parte de ellos y ellos son parte de ti. Puede que la vida del escritor no se refleje en la trama; pero es como si lo fuera. O, mejor dicho, durante ese tiempo, lo es. ¿Te das cuenta por qué digo que resulta escalofriante y al mismo tiempo maravilloso? Es de esas experiencias que no pueden llegar a explicarse con palabras… —sonrió—. ¡Y mira que me dedico a esto!

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