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Cuando atravesaban el pasillo, Emily oyó el tono de llamada de su teléfono y, sin poder evitarlo, se le aceleró el corazón. Dejó la bandeja sobre la mesa a toda prisa y lo cogió para ocultar el nombre del contacto. Prefería que su familia no supiera que ella y Kyle habían vuelto a verse.

—Mamá, ¿puedes servir el té mientras contesto? —le preguntó, aunque se fue antes de que contestara.

—Claro, hija.

Emily arrimó la puerta y se retiró hacia la parte más alejada, frente a una pequeña ventana y de espaldas a la puerta; entonces descolgó.

—Kyle… —dijo en voz baja para que su familia no la oyera.

—Hola, Emily, ¿cómo estás? —le preguntó él, experimentando una vez más esa extraña satisfacción que le provocaba oír, después de tantos años, su nombre en labios de Milly. ¡Cuánto había añorado su voz y su dulzura!

—Estoy bien, aunque no puedo hablar mucho porque tengo a la familia en casa —se excusó. Apoyó la frente en el cristal de la ventana. Él no fue capaz de decir nada porque Emily le confesó de manera compulsiva—: Me voy, Kyle.

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