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La joven sonrió y negó con la cabeza.

—No te preocupes, mamá, no me enamoraré de nadie, ni marroquí ni de ninguna otra nacionalidad. La fantasía solo tiene cabida en mis novelas. En la vida real, prefiero guiarme por la razón.

—¡Ay, cielo, eso también me preocupa! Tú no eras así. De hecho, lo que reflejas en tus historias es tu verdadera esencia, hija, esa Emily que creía en el amor romántico, en las ilusiones.

—Puede que al crear esté plasmando el espíritu de esa joven adolescente. Al fin y al cabo, es algo que puedo permitirme al escribir fantasía —insistió.

—Cariño, el amor no es una fantasía, es real, muy real —Cristina negó con la cabeza, aunque a los pocos segundos entornó los ojos al meditar en una idea. Suspiró antes de decir—: Tienes razón, Emily, necesitas reconstruir la historia de tus abuelos. Te demostrarán que el amor existe y que es muy poderoso.

La escritora se limitó a asentir.

—Deberíamos volver al comedor, que el té se está enfriando —no quería ahondar en un tema que le resultaba espinoso. Cogió la bandeja y salió de la cocina.

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