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Los jóvenes adultos, que en ese instante se sintieron como adolescentes ante la reprimenda, asintieron con la cabeza.

—Es hora de que los niños se vayan a dormir —anunció Sarah. Los pequeños, tumbados en el sofá, se frotaban los ojitos con los puños y bostezaban. No solían quedarse despiertos hasta tan tarde.

Justin y John se levantaron para cargar a los niños en brazos.

—¿Los ponemos en la habitación de siempre? —le preguntó Justin a su hermana de forma calmada.

—Sí, pero tengo que preparar las camas; de haber sabido que veníais, las hubiese hecho antes —indicó Emily. La siguieron a través del pasillo y los hizo pasar a una habitación grande, con buena ventilación y bien iluminada que reservaba para las visitas. A los pequeños les encantaba ese dormitorio porque había pintado un arcoíris en una pared.

Emily volvió al comedor a recoger la mesa. Su madre ya había empezado a hacerlo, así que acabaron en pocos minutos. Mientras Cristina lavaba los platos, ella puso agua a hervir y buscó un par de tazas.

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