Читать книгу Nuestra asignatura pendiente онлайн

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—He traído un regalo para mi hermana Fadila. No pesa mucho… —garantizó Cristina. Parecía inquieta. Se secó las manos en un paño de cocina y permaneció con la cadera apoyada en el mármol de la encimera.

—Por supuesto que se lo llevaré, mamá; no hay problema —le aseguró. La observó con detenimiento, con los párpados entornados. Su madre evitó mirarla y se pasó los dedos por el pelo, que llevaba corto y teñido de castaño claro con reflejos dorados para ocultar las canas que, a sus sesenta y ocho años, le habían arrebatado su color natural. Emily la estudió con detenimiento: la angustia resaltaba las finas arrugas que tenía alrededor de los ojos y a ambos lados de la boca—. Pero te preocupa algo más, ¿verdad?

Cristina suspiró.

—¿Tendrás cuidado? —le preguntó en vez de responder. Alzó la cabeza para mirarla—. Aunque solo lo haya dicho Justin, todos nos preocupamos por lo mismo —declaró.

—Sabes que sí, mamá —reafirmó. Después, deteniendo sus movimientos antes de colocar las hebras de té en la tetera, expuso su duda—: ¿Qué os pasa a todos con este viaje? No es la primera vez que me voy sola. ¡De hecho, llevo haciéndolo desde los veinte años! He viajado a Francia, a Canadá, a la Patagonia argentina…

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