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—Ay, Justin, deja ya de preocuparte, no soy una niña. De todos modos, para que no te angusties, te aseguro que he tomado todas las precauciones necesarias para evitar contratiempos o malos momentos durante el viaje.

—Sigue sin convencerme la idea… —masculló él, reacio.

Justin nunca había admitido la parte marroquí de su herencia. Adoraba a su abuela, sin embargo, había interpretado sus historias como relatos de fantasía. Y más tarde, durante su adolescencia, había dejado de mantener conversaciones profundas con ella.

—Emy, cuando vayas a Tetuán, recuerda visitar a tu tía Fadila, que te estará esperando —acotó Cristina.

—Claro, mamá, iré a verla cuando pase por allí.

—No lo entiendo, Emy. Podrías quedarte en casa de la tía Fadila y que tanto ella como su familia te enseñen el país, pero prefieres rechazar su oferta y hacerlo sola —arremetió su hermano.

Emily respiró hondo para no perder la paciencia. Los argumentos que Justin esgrimía en persona ya los había sacado a relucir en varias conversaciones telefónicas que habían tenido durante el último mes.

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