Читать книгу Transpersonalismo y decolonialidad. Espiritualidad, chamanismo y modernidad онлайн

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Introducción

En 1492, Cristóbal Colón, un miembro de la Europa latino-germánica, descubre el Atlántico, conquista Amerindia y nace así la última Edad del Antropoceno: la modernidad, produciendo además una revolución científica y tecnológica, que dejó atrás a todas las civilizaciones del pasado, catalogadas como atrasadas, subdesarrolladas y artesanales y que hoy denominamos el “Sur global”; y esto hace solo quinientos años. La conciencia del nuevo ego europeo produjo una revolución científica en el siglo XVII y una tecnológica en el XVIII, habiendo desde el siglo XVI inaugurado un sistema capitalista (a costa del saqueo del oro, la plata y otros recursos americanos) con una ideología moderna eurocéntrica, colonial. Porque esa Europa, que de su encierro atrasado medieval salió al Atlántico Norte, se convirtió –desplazando a los avanzados mundos árabe, africano, inca, maya, azteca y chino– en el centro del “sistema-mundo” (hasta hoy: solo hay que recordar a qué zona refiere la sigla OTAN, la Organización del Tratado de Atlántico Norte) gracias a la violencia conquistadora de sus ejércitos que justificaban su derecho de dominio sobre otros pueblos y violencia patriarcal como su dios. Como culminación, el europeo se situó como explotador sin límite de la naturaleza (Dussel, 2020). Sin embargo, los valores positivos de la modernidad, que nadie puede negar, se encuentran corrompidos y cuestionados por una sistemática ceguera de los efectos negativos de sus descubrimientos y sus continuas intervenciones en el mundo natural, a la vez que de su alejamiento de la fuente imaginal a la que solo puede accederse mediante regladas ceremonias en estados ampliados de la conciencia (EAC). El desprecio por el valor cualitativo de la naturaleza –a la que se consideró una máquina, cosa extensa, mecanismo de relojería, puramente cuantificable, dominable, sumisa, desarmable y explotable– no solo ha llevado al atolladero ecológico actual, sino que esto ha sido posible al imponer un modo de conocer dualista, materialista, reduccionista, centrado en un logicismo racionalista a ultranza, y especialmente fundado en un entramado monofásico, es decir, validando un solo estado de conciencia, el de la vigilia, ocultando, persiguiendo, y exterminando los saberes otros apoyados en el mito, el arquetipo, la performance y particularmente la contemplación, la meditación, y las mil y una técnicas arcaicas del éxtasis, incluyendo los enteógenos, al punto de desconectarnos completamente del alma del cosmos, el mundo interior/exterior de la imaginatio transpersonal, creadora, fraterna, femenina, colectiva, daimónica, que con cierta frecuencia conectaban los sabios de la antigüedad, y sus herederos actuales no completamente alcanzados por el genocidio, etnocidio, epistemicidio y ecocidio moderno/colonial.

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