Читать книгу Transpersonalismo y decolonialidad. Espiritualidad, chamanismo y modernidad онлайн

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Entendemos transpersonalismo desde dos acepciones: por un lado, el término se refiere a un movimiento que surgió en la ciencia desde la década de 1970 (especialmente en la psicología, la antropología, la etnobotánica y la ecología) que busca el reconocimiento de los datos de experiencias que, en cierto modo, van más allá de los límites normales de la conciencia de ego. En su libro Beyond Ego, Roger Walsh y Frances Vaughan utilizan el término “transpersonal” para “reflejar los informes de personas que practican diversas disciplinas de la conciencia, que hablan de las experiencias de extensión de una identidad más allá de la individualidad y la personalidad”. Así, la psicología transpersonal fundada por Stanislav Grof, o la psicología integral de Ken Wilber, además de reconocer tales datos buscan ejercer terapia sobre la base de estados expandidos de conciencia, y llegar a los aspectos más profundos de la psiquis que quizá no resulten tan adecuados mediante otras escuelas o metodologías, por ejemplo, el psicoanálisis. La antropología transpersonal, por su parte, es simplemente el estudio intercultural de los aspectos psicológicos y socioculturales de las experiencias transpersonales. Charles Laughlin (uno de los “padres” de la subdisciplina –la “madre” podría ser Edith Turner–) la ha definido como “la investigación de la relación entre la conciencia y la cultura, la investigación de los estados alterados de la mente y la investigación sobre la integración de la mente, la cultura y la personalidad” (Campbell y Staniford, 1978: 28). Ello abarcaría como método de acercamiento aquello que William James (1976: 22; véase también Taylor, 1993) llama “empirismo radical” y que nosotros hemos denominado “observación involucrante” (Viegas y Berlanda, 2012; Viegas, 2016). Para ser radical, un empirismo no debe admitir dentro de sus construcciones ningún elemento que no esté directamente experimentado, ni excluir de ellas cualquier elemento que esté directamente experimentado. Tanto es válida la introducción en otros estados alternativos de conciencia bajo las reglas de la cultura que se desea estudiar como incluir en los informes etnográficos aquellos episodios “anómalos” que puedan surgir como consecuencia de la participación en dichos estados. Por último, la “ecología profunda” (Arne Naess y otros) es una rama reciente de la filosofía ecológica que considera a la humanidad parte de su entorno, y propone cambios culturales, políticos, sociales y económicos para lograr una convivencia armónica entre los seres humanos y el resto de los seres vivos. Algunos de sus postulados han surgido mediante experiencias intuitivas de contemplación acentuada, de trances y de inspiración en el budismo. Incluso más cercanos al movimiento “transpersonalista” se han acuñado términos como “ecodelia”, “ecoespiritualidad” o “ecopsicología”, es decir, un sentir ecologista que parte de las experiencias directas con disciplinas de la conciencia y/o “psicodélicos” (David Luke). Dentro de este amplio campo multierudito también se congregan muchas otras disciplinas que estudian los efectos de los enteógenos y las prácticas meditativas y extáticas (neurociencias, química, biología) y una serie de escritores, filósofos y “gurúes” que desde muy diversos campos forman parte de una especie de “comunidad internacional” centrada en las sustancias psicoactivas y los “estudios de la conciencia”. Entonces, tenemos por un lado “transpersonalismo” como una categoría que se refiere a las disciplinas transpersonalistas (psicologías profundas, antropología de la conciencia, ecologías profundas y la comunidad de ensayistas “psiconautas” e investigadores de los EAC desde las ciencias duras). También usamos “transpersonalismo” en ocasiones para referirnos a las experiencias en sí mismas: conciencia unitiva o de unicidad, sueños lúcidos, experiencias pico, meditativas, fuera del cuerpo; yóguicas, místicas, anómalas, la trascendencia del sí mismo, la sacralización de la vida cotidiana, la identificación con los reinos animal, vegetal, mineral; el “contacto” con seres arquetípicos, espirituales, ultradimensionales, mitológicos, etc., incluyendo por supuesto experiencias más sutiles, no tan “dramáticas” pero no por ello menos transpersonales. Como las diferentes culturas fomentan el desarrollo de la cognición del sí mismo con relación a distintos ámbitos o dominios de la experiencia, lo que constituye una experiencia transpersonal en una cultura puede no serlo en otra. Por lo tanto, el sueño lúcido puede ser una experiencia transpersonal para un sueño comúnmente empobrecido en el ego eurocéntrico, pero no será así para un aborigen australiano que ha crecido hasta comprender que el dream time o tiempo del ensueño es la realidad última, y que los sueños y los trances son un importante dominio del mundo de la vida cotidiana.

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