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Sacudí el cuerpo suavemente y le llamé. No contestó. Seguí intentando hacerle volver en sí y probé a abofetearlo débilmente. Nada.

–¡Óscar! –lo zarandeé por los brazos.

Gimió.

–Madre de Dios… ¡Óscar, despierta! –intenté–¡Joder! ¡Despiértate de una puta vez, coño, que te tengo desnudo y desmayado y no sabes lo violento que es!

No emitió ningún sonido, pero su respiración continuaba siendo normal. Miré a mi alrededor. ¿Qué podía hacer? Traté de levantarlo, pero pesaba demasiado para mí. Quise vestirlo, pero los bóxers estaban mojados del suelo. Le quité la prenda y la aparté, y luego rebusqué en los cajones de su habitación hasta encontrar el de los calzoncillos y calcetines. Fui a ponérselos, pero me di cuenta de que se mojarían igual, así que tuve que agarrarlo por los tobillos y arrastrarlo fuera del lavabo. Tenía el cuerpo helado.

Empecé a vestirle. Pesaba mucho. Le iba a abrochar la bragueta del pantalón cuando se agitó y volvió en sí.

–Qué… haces…–preguntó con un hilo de voz.

Apartó mis manos de él.


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