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El interés por el 28 de octubre ha resurgido recientemente gracias a las reconstrucciones puntuales de algunos historiadores extranjeros, pero han sido sobre todo las investigaciones italianas las que han sabido encuadrar el octubre de 1922 en un más vasto cuadro interpretativo de la violencia política, revolucionaria y contrarrevolucionaria de la primera posguerra europea. Giulia Albanese ha subrayado que fue precisamente la Marcha sobre Roma la que hizo evidente,

una vez más, la fuerza de los fascistas, la incapacidad y la no voluntad del Estado a la hora de reaccionar y hacer valer algunos principios fundamentales de su existencia, como la libertad de prensa, la libertad de expresión y de asociación, pero también el monopolio de la fuerza (2006: VII).

La tarde del 28 de octubre el rey, después de haber consultado a sus más cercanos consejeros militares sobre la resistencia del ejército en caso de conflicto armado, prefirió, tal y como le permitía el estatuto, encargar la formación de un nuevo gobierno a Benito Mussolini, que prudentemente se hallaba en su sede de Milán a la espera de acontecimientos. Fue así como el fascismo reconoció en aquel acto y aquel día la fecha de su nacimiento como régimen político. Desde sus exordios, la historiografía antifascista ha preferido fechar el nacimiento en enero de 1925. Hoy por hoy los historiadores, ya fuera de las tradiciones historiográficas militantes, consideran que el primer Gobierno Mussolini representó indudablemente el comienzo de la dictadura en Italia y el final de las instituciones liberales, y que, y aquí está el interés y la actualidad de una reflexión seria sobre las fuentes, «un sistema institucional puede ser transformado sin que esto sea comprendido claramente por parte de quien asiste a las transformaciones», es decir, por sus contemporáneos (Albanese, 2006: X).

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