Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн
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Durante mucho tiempo, la Marcha sobre Roma ha sido juzgada por muchos antifascistas como una farsa, y la estrategia de la violencia que se utilizó ha sido minimizada, por razones diferentes, tanto por la historiografía fascista como por la antifascista. Mussolini, con la reconstrucción que realizó a los diez años del evento, contribuyó a hacer que la Marcha no fuese considerada un golpe de Estado, sino el momento más alto de la movilización revolucionaria y fundadora del Estado fascista: una jugada genial de una más amplia estrategia política. Mussolini no participó; pero, en 1926, impuso, en número romanos, al lado del número en árabe de los años después de Cristo, el comienzo de la era fascista (EF): el 28 de octubre de 1922. En el décimo aniversario de la Marcha, en una famosa entrevista en la que aún mitificaba el evento, minusvaloró el papel que él había jugado en aquella ocasión: «Junto con los generales desarrollamos la Marcha en tres diagonales, aunque no la dirigí yo» (Ludwig: 51). Era la estrategia de las columnas de fuego ya adoptada en las provincias por los ras. Los observadores de entonces también minusvaloraron la importancia del episodio; tanto los antifascistas, como por ejemplo Emilio Lussu, que lo describió como una farsa que salió bien gracias a la complicidad del soberano, de los altos oficiales del ejército y de una parte de la clase política, como los simpatizantes atípicos y humorales, como por ejemplo el periodista Curzio Malaparte, que admiró la estrategia de la amenaza del golpe de Estado como medio para evitarlo: «Cuando el funcionamiento de la máquina insurreccional es perfecto [...], los accidentes son muy raros» (Malaparte: 133).