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UN POCO DE ANATOMÍA


La forma más fácil de visualizar una carga es imaginar una esponja sumergida dentro de un cubo de agua.

Para eliminar agua de la esponja podemos exprimirla (una carga de compresión) o tirar de sus extremos en direcciones opuestas (una carga de tensión).

También podemos retorcerla (una carga de torsión) o deslizar la parte superior de la esponja en relación con la parte inferior (una carga de cizalla).

Y la gravedad no es la única fuerza que genera una carga en nuestras células. Por decirlo de la forma más sencilla posible, una fuerza es básicamente lo que se produce al empujar un objeto o al tirar de él –al arrastrarlo–. En lo que respecta a nuestro organismo, muchos de los objetos que reciben estas fuerzas de empuje o de arrastre son precisamente las células de nuestros órganos sensoriales, lo que determina cómo nos sentimos en el medio que nos rodea. Al igual que el movimiento en sí, las presiones externas (como la interacción que se da entre el hueso, el músculo y la silla), las fricciones (como la que te produce ese par de zapatos nuevos al rozar contra tu piel) y las fuerzas de tracción (¿te acuerdas de esas poleas antiguas que usaban en los hospitales de las películas de los ochenta para mantener elevada la escayola cuando alguien se rompía una pierna esquiando?) producen también deformaciones celulares en el interior de nuestro organismo. El alargamiento y el acortamiento de los tejidos a gran escala, como los de los músculos, crean también fuerzas de empuje y de arrastre a una escala mucho menor –en las células–.


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