Читать книгу Los parados. Cómo viven, qué piensan, por qué no protestan онлайн

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Una de las cosas que más llamó la atención de quienes investigaron el tema en Marienthal en los años treinta fue la sensible degradación de la percepción del tiempo entre los hombres en paro: eran incapaces de explicar de manera coherente lo que hacían durante el día. Su única ocupación casi regular era la recogida de leña, la agricultura de autoconsumo y la cría de conejos. Esto les ocupaba muy poco tiempo, el resto era tiempo muerto, vacío, caracterizado por la ausencia total de una ocupación con sentido. La utilización más frecuente del tiempo por parte de los hombres consistía en no hacer nada, y pasarse todo el día en casa sin hacer nada lo encontraban insoportable. Algunos llegaban a afirmar que en el frente, durante la Primera Guerra Mundial, no lo pasaron peor. Se daba así la aparente paradoja de que el escaso tiempo libre de que disfrutaban aquellos hombres cuando tenían un empleo era incomparablemente más rico y animado que las largas horas de ocio que tenían ahora a su disposición. A la vez que el empleo perdieron toda posibilidad material y psicológica de utilizar el tiempo libre: «Desde que estoy en paro casi no leo. La cabeza no me da para eso». Por el contrario, las mujeres no perdieron la noción del tiempo; se lo impidió el trabajo doméstico que, con sus obligaciones y funciones regularmente establecidas, les proporcionó puntos de referencia y un sentido a su vida cotidiana. Sin embargo, consideraciones económicas al margen, la mayoría de ellas echaban de menos el trabajo en la fábrica, porque les permitía no vivir encerradas entre cuatro paredes y acceder a relaciones sociales más ricas, variadas y satisfactorias [Lazarsfeld y otros, 1996].


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