Читать книгу Los parados. Cómo viven, qué piensan, por qué no protestan онлайн
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En esa época la empresa puso en marcha una profunda reorganización del trabajo para adaptarse a los nuevos tiempos que tuvo como consecuencia la reducción de la plantilla en más de un 30%. Mediante técnicas que recuerdan el acoso moral, los trabajadores fueron inducidos a solicitar voluntariamente la baja a medida que cumplían los 53 años de edad (tras unos 25 en la empresa) para acogerse a un plan social que les garantizaba el tránsito a la jubilación en condiciones económicamente razonables. Fueron entrevistados entre tres y cinco años después de la salida de la empresa.
Cada uno ha seguido su propia estrategia de adaptación a la nueva situación. Aniceto acabó adaptándose ayudado de un pequeño huerto en el que cultiva hortalizas, pero más de un año después de quedarse sin empleo todavía se seguía despertando muchas veces a las cinco de la mañana (para volver a acostarse). También Eulalio tiene un huertecillo y algunos animales, y desde hace dos años es concejal del Ayuntamiento de su pueblo; en fin, que no tiene tiempo de aburrirse, como les ocurre a otros ex compañeros que conoce. Ha oído que algunos de ellos hasta han pedido la separación de la mujer. Ignacio (paseos por el barrio, jugar a las cartas, televisión) también se aburre. Le hubiese gustado recuperar su primer oficio de albañil y hacer algunas chapuzas, pero su familia le decía que ya había trabajado bastante, y además cobrando el paro no podía. Isaías no entiende cómo las empresas se permiten prescindir de tantos años de experiencia acumulada. Para él ahora los días son más largos, pero no se acuerda en absoluto del trabajo. Parece haberse adaptado a la situación con una mezcla de realismo y fatalismo, pues al fin y al cabo de lo que se trata es de tener para comer, «que es lo que interesa». Leoncio ahora tiene mucho más tiempo «para bien y para mal», porque a veces se encuentra estresado «y es un estrés de darle vueltas a la cabeza». Pertenece a una generación que nació en el trabajo, que estaba mentalizada para jubilarse a los sesenta y cinco a no ser que tocara la lotería. Él y sus compañeros se dejaron media vida en la empresa y llegaron a sentirla como propia, algo que habían hecho entre todos. Parecía que la salida iba a ser para bien, pero luego «no todo es tan bonito». Le gustaría poder transmitir a otros todo lo que sabe, darle una utilidad, «y no por dinero».