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Pero, además de los obstáculos derivados de la vigilancia y capacidad represiva del Estado frente a los disidentes, hay otros igual de relevantes cuando se trata de organizar un levantamiento revolucionario coordinado. En cualquier rebelión, existen formas y niveles diversos de participación: por un lado, se en encuentran los integrantes principales del movimiento (la comunidad objetiva o la base social), por otro, los simpatizantes, los miembros reales, los activistas o militantes. Todo rebelde tiene un dilema, puesto que, para quienes participan, no implicarse es la opción más racional: los costes del compromiso pueden ser muy elevados o, en muchos casos, desconocidos, mientras que los beneficios de no hacerlo son los mismos se logre la victoria o no. Por lo tanto, «la disensión colectiva generalizada es improbable» y «la mayoría de los rebeldes en realidad no se rebelan»[3]. Según Mark Lichbach, «solo una pequeña minoría de activistas destaca en el amplio espectro de la disidencia». De acuerdo con el mismo autor, los datos empíricos muestran la existencia de una regla, la del 5 %, de modo que cabe decir que este es el porcentaje que se rebela en el seno de las organizaciones vecinales en los conflictos comunitarios, en las rebeliones urbanas, en las revueltas estudiantiles, los sindicatos, las guerras de guerrillas y los movimientos populistas rurales. Los rebeldes, además, son una pequeña minoría en todos los casos importantes de disensión colectiva. El criterio es válido para el caso de las revoluciones estadounidense, rusa, argelina y cubana, y para los movimientos fascistas.