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Dentro del léxico político, hay pocos términos de los que los políticos profesionales o aspirantes a ejercer el poder hayan abusado tanto como el de revolución. Son muy pocos los políticos u opositores que no se consideran revolucionarios o entienden que lo es su agenda o la forma en que ejercen el poder. Sin embargo, las revoluciones son eventos históricos bastante inusuales. De algún modo, ponen el mundo político boca abajo, transforman las bases de la cultura política y alteran los principios por los que se rige la acción política. En este sentido, se puede afirmar que toda revolución es indiscutiblemente un evento político, aunque para que se produzcan han de concurrir un conjunto de factores no solo de esta índole, sino también sociales y culturales[2]. Por tanto, insistimos en que, a pesar de lo usual del término, las auténticas revoluciones constituyen sucesos históricos raros. Hay razones que explican por qué. Como veremos a continuación, todas exigen la aparición simultánea de, al menos, tres factores: en primer lugar, instituciones estatales vulnerables y débiles; en segundo término, grupos y activistas capaces de aprovecharse de la situación política y, por último, una población receptiva y dispuesta a movilizarse para derrocar a quienes detentan el poder. Se trata de condiciones que no son frecuentes y que incluso pocas veces se presentan de forma aislada; mucho más infrecuente es su coincidencia. Para empezar, los dictadores rara vez renuncian al poder sin oponer resistencia y, de hecho, lo más habitual es que cuiden de que no surjan movimientos opositores. También es extraño que gobiernen solo a base de violencia. La mayoría de las veces crean a su alrededor una élite o un grupo de oligarcas que se juegan mucho con el mantenimiento del statu quo, puesto que ocupan puestos estratégicos en las instituciones y en el sector económico. Pero, lo que es más importante, los dictadores además idean medios diversos para mantener una guardia pretoriana y vigilan atentamente a las fuerzas armadas. Incluso cuando las instituciones civiles del Estado pierden gran parte de su eficacia y dejan de funcionar correctamente, los servicios de seguridad cumplen normalmente con su cometido y sofocan enérgicamente la disidencia. Buscar el respaldo de países poderosos en la escena internacional es igual de importante.


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