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Pero hay algunas revoluciones que se planifican. En ellas, lo primero que aparecen son los líderes, que tienen la misión de recabar el apoyo de la sociedad para poner fin a la dictadura vigente. En este caso, existe un plan detallado para hacerse con el poder, se disponen de medios para inculcar su ideología y ganar simpatías entre la población, así como una concepción sobre el futuro Estado. Parte de su proyecto, en realidad la más importante, es derrotar militarmente al régimen en el poder. Ello exige lanzar campañas militares desde las zonas rurales, donde apenas llega el control y la autoridad del Estado. Solo si y cuando este colapsa, se logra movilizar a la población de un modo significativo gracias a los líderes del nuevo Estado, así como utilizarla para consolidar los logros de la revolución.
Estas categorías son tipos ideales, por lo que lo importante es si en el caso concreto predomina la planificación o las acciones deliberadas, la espontaneidad o si hay una salida negociada o no a la crisis que provocan. En su mayor parte, lo cierto es que todas las revoluciones son una mezcla en gran medida de las tres. El factor clave que nos permite distinguirlas está relacionado con el momento en que se percibe la debilidad del Estado y la aparición tanto grupos organizados de opositores como de individuos que se consideran los líderes del movimiento revolucionario y son también así vistos por la mayoría de los casos por la población.