Читать книгу La conquista de la identidad. México y España, 1521-1910 онлайн

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Los regionalismos que iban a devenir pronto nacionalismos étnicos tuvieron también su pintura de historia medievalizante. En cuanto a la pintura finisecular catalana, baste recordar obras como Guifré I i la Senyera (1892), de Pau Bèjar, o El Corpus de Sang (1907), de Antoni Estruch. El particularismo vasco anterior al nacionalismo produjo piezas como Voluntaria entrega de Álava a la Corona de Castilla (1864), de Juan Ángel Sáez García; Jaun Zuría jurando los Fueros de Vizcaya (1882), de Anselmo de Guinea; El Árbol Malato (1882) de Mamerto Seguí; San Ignacio herido en la heroica defensa del Castillo de Pamplona (1884) de Antonio Lecuona (para cuya figura del cirujano que atiende a Íñigo de Loyola posó el joven Miguel de Unamuno); Defensa del Hernio por los vascos (guerra cántabro-romana) (1887), de José Salís y Camino, o La pacificación de los bandos oñacino y gamboíno ante el corregidor Gonzalo Moro en 1394 (1902), de José Echenagusía.

En este breve recorrido antológico por la pintura de historia española se comprueba lo que los autores de este ensayo destacan: es decir, que la conquista de las Indias estuvo ausente de las artes plásticas del nacionalismo español (y de su literatura de creación). Lo estuvo asimismo de la pintura de los Siglos de Oro, por el motivo que tan convincentemente expone Alejandro Salafranca: porque la conquista no se percibió, ni por los españoles ni por los indios, como un proceso de sometimiento y colonización, sino como la incorporación gradual de América a una España que iba ampliándose a costa de alejarse cada vez más de lo que llevaba a los demás reinos europeos hacia el nuevo tipo de comunidad política que desde finales del siglo xviii se conocería como nación.

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