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Antes de salir elijo un CD. Silvio Rodríguez es una buena compañía. Enciendo el motor, pongo el disco y salgo. Avanzo por las calles de Castelar. Cruzo la avenida Vergara y tomo la autopista del Oeste. Mientras el poeta cubano canta, yo navego por el mar revuelto. Un camión me encierra. Un recuerdo me toca. Un auto me hace luces. La imagen de mamá me pasa, se pone delante, me guía. El cielo está tan poblado de nubes como el asfalto de automóviles; pero las nubes no luchan, conviven, juegan, se asocian, arman su rompecabezas. Paso el peaje de la autopista 25 de Mayo y a la altura de La medalla milagrosa el tráfico se pone más lento. Es una señal. ¿Estaré volviéndome loco? Aprovecho para hacerme la señal de la cruz. Levanto la cabeza. Miro a la virgen. Le pido por mamá. “Dios te salve María, llena eres de gracia…”, pero suspendo mi rezo cuando el tránsito arranca con su trastorno de ansiedad. Bajo en avenida La Plata. El disco sigue girando. Vuelvo a poner el tema “Cita con ángeles”. Estaciono sobre la avenida Avellaneda. Me pongo el barbijo. Tomo la matera. Me bajo del auto y camino en dirección al sanatorio mientras Silvio sigue sonando dentro de mi cabeza:

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