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Firmé las oposiciones, a pesar de la oposición de mi madre y de don Tomás, que seguían en la obsesión de este de que emprendiera la carrera de Derecho, pero sin garantizarme los medios económicos para ello, sometiéndose al fin a mis razonamientos y a las advertencias de la señora Pepa, que tanto me quería y admiraba, puesto que conocía perfectamente lo que yo había pasado y pasaba, por ser mi paño de lágrimas en los momentos difíciles y desesperados en los que me consolaba y me daba prudentes y maternales consejos.
En un viaje que hizo mi madre a Madrid, le dijo: «Agustina, deje a mi Manolito, que sabe de estas cosas más que nosotros y que ha demostrado, hasta la saciedad, que sabe lograr lo que se propone».
Y, mientras tanto, dedicaba ocho horas cada día rebuscando bibliográficamente materia que respondiese, cumplidamente, a cada uno de los temas del cuestionario de las oposiciones, cuyas materias, muchas veces nuevas en España, no estaban incluidas en libros especializados porque no existían en español. A esas ocho horas de investigación había que añadir más de cuatro en mi cuarto de estudiante, y robándolas al descanso, dedicaba cuatro horas, por lo menos, a ordenar mis notas del día y ponerlas en limpio, incluso las que me enviaba Pedro a las consultas que le hacía y que me satisfacía inmediatamente.