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Pero muy pronto reaccioné, impulsado por mi fe y por mi entusiasmo, recobrando mi serenidad y mi decidida disposición a jugarme el todo por el todo, empezando las noticias e infundios, propios de las oposiciones, e impropios de personas que deben luchar con armas limpias. Alguno de aquellos señorones, compañeros en la lid, hizo correr la especie de que de las veintidós vacantes ya estaban dadas dieciocho.
La noticia, como novato en esas lides, me impresionó, pero me conforté, diciéndome a mí mismo: «Sobran cuatro, de las que muy bien pueda yo ganar una».
Cuando en la lectura de la lista de los opositores presentes se me nombró, al responder yo, se me encaró el presidente, haciendo poco honor a la altura de su cargo, diciéndome:
–Pero usted, tan chico, ¿va a hacer estas oposiciones?
–Sí, señor –contesté con firmeza.
Cuando terminó la lista y se metieron en el bombo los nombres de los opositores presentes, el presidente manifestó que iban a insacularse para establecer el número de orden que había de guardarse en los ejercicios para cada uno, añadiendo: