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Me convencí interiormente de que no se me concedía la menor importancia a causa de la actitud del presidente a mi modesta persona, al tomarme a broma, y mi mala suerte se acentuó cuando al introducir la mano en el bombo me encontré con que no podía sacar ninguna papeleta… porque las diez de mi antecesor eran las últimas que en él quedaban, puesto que las demás estaban fuera para no ser repetidas.

–¿Qué le pasa a usted –me preguntó el presidente– que no saca las papeletas?

–Pues que no encuentro ninguna.

Las carcajadas, inmotivadas, que produjo mi respuesta no tuvieron límite, empeorando mi situación pero sin perturbar mi serenidad. Tal era la confianza que tenía en mí mismo y el drama de mi situación, que yo solo sentía. El presidente cogió el bombo y confirmó mi afirmación, añadiendo:

–Verá usted qué pronto las hay.

Y empezó a doblar papeletas y a introducirlas en el bombo, prosiguiendo aún aquella estúpida hilaridad, y cuando hubo introducido poco más de veinte me mandó insacular diez, lo que dio motivo a que uno de los vocales del tribunal, el académico de Historia, el señor Pujol y Camps, plantease la cuestión de que, reglamentariamente, una vez agotadas las papeletas, debían volver todas al bombo y no unas cuantas, puesto que se perjudicaba al opositor, que podría formular una justa protesta.


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