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–Hay que ver qué ejercicio hizo anoche ese muchacho y con qué dominio se desenvolvió, incluso en el incidente de las papeletas que tomamos a chacota todos menos él, que lo resolvió comprendiendo lo serio que se ponía.
–¿Y qué iba yo a hacer? –interrumpí–, cualquiera de los compañeros hubiera hecho lo mismo.
Todos quedaron parados ante mi interrupción, rompiendo el silencio el que peroraba, quien dirigiéndose a mí me preguntó:
–Pero ¿es usted el que ejercitó ayer?
–Sí, señor, fui yo el que provocó, sin querer, la hilaridad producida por el incidente.
–Pues, compañero, le felicito, porque yo en la guerra carlista torné, alguna vez, a los liberales cañones a navaja; pero confieso, honradamente, que anoche admiré su valor ante las circunstancias que le rodeaban.
Siguieron los ejercicios prácticos y al fin terminaron las oposiciones con uno de traducción directa del francés y del latín vulgar de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, convocándonos el tribunal para darnos cuenta de su fallo al día siguiente, acudiendo todos los opositores con la mayor ansiedad, aunque seguramente ninguna comparable con la mía, puesto que se trataba de mi liberación y me abría un campo extenso para mi porvenir.